DESPLAZAMIENTO INTERNO CHILE / COLOMBIA
A partir de la segunda mitad del siglo XIX acontece un hecho trascendental en Chile, donde el proceso de migración comienza a manifestarse con mayor intensidad en las ciudades mas importantes, exactamente en Santiago y Valparaíso.
Estas ciudades se convertían en lugares de atracción para el campesinado. Ciudades en pos a la modernización capitalista, lo que intensificó la proletarización del campesinado, especialmente en los arrabales suburbanos.
Este traslado voluntario en busca de oportunidad trajo consigo un conflicto de carácter social, cultural y urbano, un traslado cultural agrario a la ciudad ocasionando conflictos sociales, conductas delincuenciales, revueltas y motines populares y en consecuencia una descomposición de la cultura concibiendo la proletarización (Meza, 2003). Se manejaron varios discursos moralistas para consolidar la sociabilización popular, lo cual no dio resultado y es aquí donde la autoridad publica toma forma y se consolida interviniendo en la reorientación de la sociedad popular conforme a las pautas de la sociedad urbana con una fuerte carga constitucional es decir a merced de un estado autoritario cargado y nutrido de contenido que se plasmo en sus leyes, parágrafos, códigos y normativas en que al final no hubo una clara reflexión acerca de los problemas que se venían produciendo. Esta desidia por parte del estado generó deplorables condiciones de vida, precariedad en la vivienda, aparición de enfermedades y epidemias, violencia, hacinamiento, consumo de alcohol e inseguridad. Con esto quiero dar una pequeña introducción a dos fenómenos sociales en diferente tiempo, estado y lugar ,el primero caracterizada en una movilización voluntaria por parte del campesinado que quiere buscar nuevos horizontes en las grandes urbes.
La segunda un fenómeno cuasipermanente, involuntario en que la respuesta por parte del Estado ha sido escasa y generalmente olvidada por la comunidad internacional.
Uno de los fenómenos más alarmantes del mundo actual, parece ser el de los éxodos de poblaciones enteras y movilizaciones individuales , ( lo que esta pasando hoy en día en Colombia), desarraigadas de sus lugares de origen y residencia por motivos bélicos, que se ven forzados a buscar nuevos lugares de refugio para salvarse y reconstruir sus vidas por fuera del fragor de las batallas y lejos del control autoritario de gobiernos o grupos armados que intentan la exclusividad del poder en sus territorios y que prefieren perder ciudadanos antes que convivir con las diferencias culturales, étnicas, religiosas o políticas.
Un elemento referencial fuertemente marcado en la sociedad colombiana es la relocalización es decir el traslado obligado e involuntario de un grupo humano hacia un nuevo sitio donde forzosamente debe reiniciar su asentamiento y esto ocurre por eventos ajenos a la población (desplazamiento forzoso del campo a la ciudad por grupos al margen de la ley), que escapan a su control y alteran radicalmente las condiciones territoriales básicas dificultando e imposibilitando su permanencia en el lugar. Esta situación, que no es temporal y muchas veces se constituye como la mejor o la única alternativa, ha provocando impactos negativos en los habitantes, su cultura y el sistema territorial en procesos cuyas soluciones no han aportado opciones de desarrollo ni sostenibilidad.
Campesinos obligados a huir de las regiones en donde se confunden el poder de las armas, la complicidad de la impunidad y la impotencia de la población civil, miles de colombianos transitan por el camino del éxodo y el desarraigo. Sumando miedo a la pobreza estos colombianos buscan un lugar lejos de los responsables de los asesinatos, las masacres, las desapariciones, el secuestro, las amenazas y el terror. Se reacomodan en el territorio nacional como seres que van y vienen en un largo recorrido por la geografía de la muerte, a veces en medio de la indiferencia de la sociedad y abandonados a su suerte incrementando efectos nefastos para la vida de las personas.
Los desplazados por la violencia crecen y se multiplican por el país como si estuvieran condenados al silencio y el destierro. Alrededor de 3.7 millones de personas han sido desplazadas, la mayoría de ellas en Colombia, que después de Sudán, es la segunda crisis de desplazamiento interno más grande en el mundo (ACNUR) . Los patrones de desplazamiento forzado durante la última década muestran un flujo constante de gente huyendo de la violencia y la inseguridad en las zonas rurales. El desplazamiento forzado en Colombia no ocurre masivamente, sino en forma individual o familiar. La mayor parte de la gente que huye trata de instalarse primero en pueblos de las áreas rurales o municipios de mediano tamaño. Ante la falta de oportunidades o la repetición de las amenazas, muchos acaban trasladándose a ciudades grandes.
En forma lenta pero continua, los suburbios marginales han ido creciendo en las periferias de casi todas las ciudades del país. Los colombianos los llaman “barrios de invasión”, lo que, de algún modo, enfatiza la idea de que sus habitantes son intrusos al margen de la ley, y no necesariamente bienvenidos. Fuera de la vista y lejos de las preocupaciones del resto de los colombianos, aquellos que huyen de la violencia luchan por reconstruir sus vidas en los “barrios de invasión”. Gente que ha huido hacia los cinturones de miseria de las grandes ciudades y es el caso concreto lo que se está viviendo en la periferia de la ciudad de Bogotá.
Esta población que ha llegado a la capital enfrenta un conjunto de dificultades particulares. El arribo en forma individual-familiar, los temores traídos de la violencia y el desconocimiento de las instituciones urbanas, incrementan su aislamiento y desorientación en cuanto a las formas de insertarse en la ciudad y más en general, en cuanto a su proyecto de vida de ahora en adelante. A lo anterior, se agrega la heterogeneidad cultural y regional que caracteriza la población desplazada en Bogotá, pues no hay grupo social de orígenes más diversos que los que están llegando a la ciudad.
Cabe indicar que en Colombia, el desplazamiento forzado no sucede en razón de la existencia de identidades culturales y políticas preexistentes. (Cosa contraria a lo que sucedió en Chile, año 1858 ). Los desplazados en Colombia no constituyen una etnia, una nacionalidad, una comunidad religiosa, un partido, una colectividad política o ideológica y no están definidos por alguna identidad preexistente; por el contrario, el único rasgo que parecen tener en común es su condición de víctimas del conflicto armado; su situación de exclusión y desarraigo, la ausencia de reconocimiento y las heridas morales producidas por el despojo y el olvido; si algo predomina en este creciente grupo social es la heterogeneidad y la diferenciación de sus componentes; miembros de todas las etnias, de todas las culturas, de todas las religiones y las clases, de todas las ideologías conforman el contingente de desplazados por la fuerza y dada la naturaleza del conflicto armado, cualquier persona en cualquier lugar del territorio nacional puede ser una víctima potencial, independientemente de lo que haga o deje de hacer.
No es fácil dejar todo y empezar una vida en un lugar completamente distinto. Además de las historias de privaciones y sufrimiento, la mayoría de los desplazados recién llegados hablan sobre el rechazo y la desconfianza que experimentan de parte de aquellos que ya viven en los “barrios de invasión”.
El rechazo y la exclusión se convierten en una fuente de ansiedad y estrés para los desplazados. Las redes o lazos sociales en las que se apoya la gente en condiciones normales, desaparecen. Muchas veces no reciben ayuda de miembros de la familia o vecinos, y sobreviven sin trabajo ni ingresos.
Sin embargo, el mayor peso del conflicto se evidencia en la lucha cotidiana de las víctimas de la violencia luego del desplazamiento. En primer lugar, la gente sufre para superar las secuelas de los hechos violentos que los forzaron a dejar sus casas, completar el duelo por la pérdida de sus seres queridos y su vida pasada y adaptarse a la adversidad de las circunstancias una vez llegan a los “barrios de invasión”.
En segundo lugar, la violencia se replica en los asentamientos urbanos y continúa bajo otras formas. (Alcoholismo, sustancias psicoactivas etc.) pueden relacionarse directamente con el ciclo de la violencia generado por el conflicto.
Muchos viven como desplazados en los barrios por el resto de sus vidas, en medio del abandono y las privaciones. Sin embargo, incluso después de muchos años hay gente que continúa soñando con volver a “casa”, a la tierra, e intentar reconstruir la vida anterior al desplazamiento.
Regresar al lugar de origen debería ser el fin del ciclo de desplazamiento. La vida como desplazado debería terminar y un futuro más promisorio debería delinearse en el horizonte. Sin embargo, en Colombia el retorno no es ninguna garantía de que la violencia y el miedo terminarán. Nuevas amenazas pueden conducir a otros desplazamientos y estos, a través de los años, a otros retornos. Para muchos, el ciclo comienza nuevamente (RSS).
Tomar la decisión de regresar es tremendamente difícil. De hecho, sólo una pequeña parte de los desplazados (el 12%) ha manifestado el deseo de regresar a sus lugares de origen. Para la mayoría de la gente la amenaza de los grupos armados sigue siendo el principal motivo de preocupación. Para otros, el retorno es atractivo en la medida en que ofrece la oportunidad de recobrar cierta autonomía en un contexto rural, viviendo de la tierra.
El retorno suele verse como un escape de las privaciones sufridas en las barriadas marginales. Pero también es un regreso a la inseguridad y a los “fantasmas” del pasado, al miedo y la incertidumbre sobre el futuro. Muchos regresan solamente para encontrar desolación. Si tenían poco antes, ahora tienen aún menos.
En síntesis, el problema para la ciudad no es la presencia misma de .los desplazados., ni la sola necesidad de ejercer acciones caritativas hacia estas víctimas de la guerra. Es necesario entender que esta es una consecuencia de la violencia misma, que las personas y familias resultan afectadas en contra de su voluntad, que quedan en una situación de indefensión y de violación de sus derechos, y que no por esto dejan de ser ciudadanos colombianos que merecen el mismo respeto y las mismas oportunidades de cualquier otro. Por lo tanto, es necesario que entre todos empecemos a ver a la población en condiciones del desplazamiento como personas valiosas con muchas potencialidades: personas que, a partir de sus saberes, prácticas y culturas, pueden aportarle mucho a nuestra ciudad, si se les da la oportunidad.
En consecuencia es necesario visibilizar estos sectores y reconocerlos como una energía social, portadores de unos aprendizajes ciudadanos, donde las formas de vida y actuación modernas no nieguen y más bien mantengan relaciones de acoplamiento y complementariedad con las formas de vida y organización tradicionales y postmodernas. Al fin y al cabo son sujetos de la modernidad que van elaborando, ampliando y exigiendo sus reivindicaciones, mediante luchas por el reconocimiento, forjando una nueva gramática del ejercicio ciudadano. A pesar de la desposesión de derechos y de las heridas morales, el desplazamiento es una experiencia cargada de significados para aquellos que son forzados a dejar el campo y llegados a la ciudad, toman la decisión de quedarse en ella. Contrario a las visiones que sólo ven en este fenómeno una fuente de descomposición y desestructuración, los desplazados y los migrantes son claves fundamentales en la construcción de las ciudades. A través del desplazamiento es posible palpar como surgen nuevos sujetos que ponen en evidencia la existencia de la diferencia y la heterogeneidad. Sujetos en tránsito a pobladores urbanos, portadores de habilidades y destrezas y con capacidad para nuevos aprendizajes de la modernidad urbana. Ellos viene a manifestarse en sus posibilidades para producir o, mejor, coproducir procesos de urbanización; economías informales; culturas populares y organizaciones comunitarias de diverso tipo.
Estas ciudades se convertían en lugares de atracción para el campesinado. Ciudades en pos a la modernización capitalista, lo que intensificó la proletarización del campesinado, especialmente en los arrabales suburbanos.
Este traslado voluntario en busca de oportunidad trajo consigo un conflicto de carácter social, cultural y urbano, un traslado cultural agrario a la ciudad ocasionando conflictos sociales, conductas delincuenciales, revueltas y motines populares y en consecuencia una descomposición de la cultura concibiendo la proletarización (Meza, 2003). Se manejaron varios discursos moralistas para consolidar la sociabilización popular, lo cual no dio resultado y es aquí donde la autoridad publica toma forma y se consolida interviniendo en la reorientación de la sociedad popular conforme a las pautas de la sociedad urbana con una fuerte carga constitucional es decir a merced de un estado autoritario cargado y nutrido de contenido que se plasmo en sus leyes, parágrafos, códigos y normativas en que al final no hubo una clara reflexión acerca de los problemas que se venían produciendo. Esta desidia por parte del estado generó deplorables condiciones de vida, precariedad en la vivienda, aparición de enfermedades y epidemias, violencia, hacinamiento, consumo de alcohol e inseguridad. Con esto quiero dar una pequeña introducción a dos fenómenos sociales en diferente tiempo, estado y lugar ,el primero caracterizada en una movilización voluntaria por parte del campesinado que quiere buscar nuevos horizontes en las grandes urbes.
La segunda un fenómeno cuasipermanente, involuntario en que la respuesta por parte del Estado ha sido escasa y generalmente olvidada por la comunidad internacional.
Uno de los fenómenos más alarmantes del mundo actual, parece ser el de los éxodos de poblaciones enteras y movilizaciones individuales , ( lo que esta pasando hoy en día en Colombia), desarraigadas de sus lugares de origen y residencia por motivos bélicos, que se ven forzados a buscar nuevos lugares de refugio para salvarse y reconstruir sus vidas por fuera del fragor de las batallas y lejos del control autoritario de gobiernos o grupos armados que intentan la exclusividad del poder en sus territorios y que prefieren perder ciudadanos antes que convivir con las diferencias culturales, étnicas, religiosas o políticas.
Un elemento referencial fuertemente marcado en la sociedad colombiana es la relocalización es decir el traslado obligado e involuntario de un grupo humano hacia un nuevo sitio donde forzosamente debe reiniciar su asentamiento y esto ocurre por eventos ajenos a la población (desplazamiento forzoso del campo a la ciudad por grupos al margen de la ley), que escapan a su control y alteran radicalmente las condiciones territoriales básicas dificultando e imposibilitando su permanencia en el lugar. Esta situación, que no es temporal y muchas veces se constituye como la mejor o la única alternativa, ha provocando impactos negativos en los habitantes, su cultura y el sistema territorial en procesos cuyas soluciones no han aportado opciones de desarrollo ni sostenibilidad.
Campesinos obligados a huir de las regiones en donde se confunden el poder de las armas, la complicidad de la impunidad y la impotencia de la población civil, miles de colombianos transitan por el camino del éxodo y el desarraigo. Sumando miedo a la pobreza estos colombianos buscan un lugar lejos de los responsables de los asesinatos, las masacres, las desapariciones, el secuestro, las amenazas y el terror. Se reacomodan en el territorio nacional como seres que van y vienen en un largo recorrido por la geografía de la muerte, a veces en medio de la indiferencia de la sociedad y abandonados a su suerte incrementando efectos nefastos para la vida de las personas.
Los desplazados por la violencia crecen y se multiplican por el país como si estuvieran condenados al silencio y el destierro. Alrededor de 3.7 millones de personas han sido desplazadas, la mayoría de ellas en Colombia, que después de Sudán, es la segunda crisis de desplazamiento interno más grande en el mundo (ACNUR) . Los patrones de desplazamiento forzado durante la última década muestran un flujo constante de gente huyendo de la violencia y la inseguridad en las zonas rurales. El desplazamiento forzado en Colombia no ocurre masivamente, sino en forma individual o familiar. La mayor parte de la gente que huye trata de instalarse primero en pueblos de las áreas rurales o municipios de mediano tamaño. Ante la falta de oportunidades o la repetición de las amenazas, muchos acaban trasladándose a ciudades grandes.
En forma lenta pero continua, los suburbios marginales han ido creciendo en las periferias de casi todas las ciudades del país. Los colombianos los llaman “barrios de invasión”, lo que, de algún modo, enfatiza la idea de que sus habitantes son intrusos al margen de la ley, y no necesariamente bienvenidos. Fuera de la vista y lejos de las preocupaciones del resto de los colombianos, aquellos que huyen de la violencia luchan por reconstruir sus vidas en los “barrios de invasión”. Gente que ha huido hacia los cinturones de miseria de las grandes ciudades y es el caso concreto lo que se está viviendo en la periferia de la ciudad de Bogotá.
Esta población que ha llegado a la capital enfrenta un conjunto de dificultades particulares. El arribo en forma individual-familiar, los temores traídos de la violencia y el desconocimiento de las instituciones urbanas, incrementan su aislamiento y desorientación en cuanto a las formas de insertarse en la ciudad y más en general, en cuanto a su proyecto de vida de ahora en adelante. A lo anterior, se agrega la heterogeneidad cultural y regional que caracteriza la población desplazada en Bogotá, pues no hay grupo social de orígenes más diversos que los que están llegando a la ciudad.
Cabe indicar que en Colombia, el desplazamiento forzado no sucede en razón de la existencia de identidades culturales y políticas preexistentes. (Cosa contraria a lo que sucedió en Chile, año 1858 ). Los desplazados en Colombia no constituyen una etnia, una nacionalidad, una comunidad religiosa, un partido, una colectividad política o ideológica y no están definidos por alguna identidad preexistente; por el contrario, el único rasgo que parecen tener en común es su condición de víctimas del conflicto armado; su situación de exclusión y desarraigo, la ausencia de reconocimiento y las heridas morales producidas por el despojo y el olvido; si algo predomina en este creciente grupo social es la heterogeneidad y la diferenciación de sus componentes; miembros de todas las etnias, de todas las culturas, de todas las religiones y las clases, de todas las ideologías conforman el contingente de desplazados por la fuerza y dada la naturaleza del conflicto armado, cualquier persona en cualquier lugar del territorio nacional puede ser una víctima potencial, independientemente de lo que haga o deje de hacer.
No es fácil dejar todo y empezar una vida en un lugar completamente distinto. Además de las historias de privaciones y sufrimiento, la mayoría de los desplazados recién llegados hablan sobre el rechazo y la desconfianza que experimentan de parte de aquellos que ya viven en los “barrios de invasión”.
El rechazo y la exclusión se convierten en una fuente de ansiedad y estrés para los desplazados. Las redes o lazos sociales en las que se apoya la gente en condiciones normales, desaparecen. Muchas veces no reciben ayuda de miembros de la familia o vecinos, y sobreviven sin trabajo ni ingresos.
Sin embargo, el mayor peso del conflicto se evidencia en la lucha cotidiana de las víctimas de la violencia luego del desplazamiento. En primer lugar, la gente sufre para superar las secuelas de los hechos violentos que los forzaron a dejar sus casas, completar el duelo por la pérdida de sus seres queridos y su vida pasada y adaptarse a la adversidad de las circunstancias una vez llegan a los “barrios de invasión”.
En segundo lugar, la violencia se replica en los asentamientos urbanos y continúa bajo otras formas. (Alcoholismo, sustancias psicoactivas etc.) pueden relacionarse directamente con el ciclo de la violencia generado por el conflicto.
Muchos viven como desplazados en los barrios por el resto de sus vidas, en medio del abandono y las privaciones. Sin embargo, incluso después de muchos años hay gente que continúa soñando con volver a “casa”, a la tierra, e intentar reconstruir la vida anterior al desplazamiento.
Regresar al lugar de origen debería ser el fin del ciclo de desplazamiento. La vida como desplazado debería terminar y un futuro más promisorio debería delinearse en el horizonte. Sin embargo, en Colombia el retorno no es ninguna garantía de que la violencia y el miedo terminarán. Nuevas amenazas pueden conducir a otros desplazamientos y estos, a través de los años, a otros retornos. Para muchos, el ciclo comienza nuevamente (RSS).
Tomar la decisión de regresar es tremendamente difícil. De hecho, sólo una pequeña parte de los desplazados (el 12%) ha manifestado el deseo de regresar a sus lugares de origen. Para la mayoría de la gente la amenaza de los grupos armados sigue siendo el principal motivo de preocupación. Para otros, el retorno es atractivo en la medida en que ofrece la oportunidad de recobrar cierta autonomía en un contexto rural, viviendo de la tierra.
El retorno suele verse como un escape de las privaciones sufridas en las barriadas marginales. Pero también es un regreso a la inseguridad y a los “fantasmas” del pasado, al miedo y la incertidumbre sobre el futuro. Muchos regresan solamente para encontrar desolación. Si tenían poco antes, ahora tienen aún menos.
En síntesis, el problema para la ciudad no es la presencia misma de .los desplazados., ni la sola necesidad de ejercer acciones caritativas hacia estas víctimas de la guerra. Es necesario entender que esta es una consecuencia de la violencia misma, que las personas y familias resultan afectadas en contra de su voluntad, que quedan en una situación de indefensión y de violación de sus derechos, y que no por esto dejan de ser ciudadanos colombianos que merecen el mismo respeto y las mismas oportunidades de cualquier otro. Por lo tanto, es necesario que entre todos empecemos a ver a la población en condiciones del desplazamiento como personas valiosas con muchas potencialidades: personas que, a partir de sus saberes, prácticas y culturas, pueden aportarle mucho a nuestra ciudad, si se les da la oportunidad.
En consecuencia es necesario visibilizar estos sectores y reconocerlos como una energía social, portadores de unos aprendizajes ciudadanos, donde las formas de vida y actuación modernas no nieguen y más bien mantengan relaciones de acoplamiento y complementariedad con las formas de vida y organización tradicionales y postmodernas. Al fin y al cabo son sujetos de la modernidad que van elaborando, ampliando y exigiendo sus reivindicaciones, mediante luchas por el reconocimiento, forjando una nueva gramática del ejercicio ciudadano. A pesar de la desposesión de derechos y de las heridas morales, el desplazamiento es una experiencia cargada de significados para aquellos que son forzados a dejar el campo y llegados a la ciudad, toman la decisión de quedarse en ella. Contrario a las visiones que sólo ven en este fenómeno una fuente de descomposición y desestructuración, los desplazados y los migrantes son claves fundamentales en la construcción de las ciudades. A través del desplazamiento es posible palpar como surgen nuevos sujetos que ponen en evidencia la existencia de la diferencia y la heterogeneidad. Sujetos en tránsito a pobladores urbanos, portadores de habilidades y destrezas y con capacidad para nuevos aprendizajes de la modernidad urbana. Ellos viene a manifestarse en sus posibilidades para producir o, mejor, coproducir procesos de urbanización; economías informales; culturas populares y organizaciones comunitarias de diverso tipo.
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